Tenerife desvelado, Jordi Bernadó

La Mareta, julio de 2012

Un vago recuerdo de una conversación, bajo una tenue luz, cálida y amarilla, reflejo de una, a penas blanca, señal horizontal sobre el oscuro asfalto de una calle de Santa Cruz, me lleva a escribir estas líneas.

La intensidad y la profundidad de los procesos reflexivos previos a la concepción y a la propia materialización de una idea que hacen de la complicidad y el intercambio de pareceres, y de la concatenación de experiencias y deseos, un juego de avances y retrocesos en el afán por alcanzar un algo que intuitivamente se palpa, pero del que se desconoce su definitiva concreción.

Inquietos por lo ajustado del horario, arrodillados sobre el suelo árido del garaje, el tiempo se esfuma en el empeño por enrollar unas inmensas fotos que tienen que ajustarse en los alargados y estrechos tubos de cartón que sirvieron para su traslado a la isla.

Prisas, esfuerzos, doblados y nuevos desdoblados, interrupciones de otros coches, o de otros conductores, que nunca pasan y que ahora necesitan hacerlo, cintas tersas y adhesivas que se despegan para arrugarse en bolas compactas y pegajosas, bolsos y maletas de viaje aún sobre el suelo pendientes de su destino final, sudores, respiración agitada, miradas de reojo al reloj que se acelera … y, aún, los trípodes metálicos sin ensamblar, que definitivamente se lanzan en la parte trasera del vehículo de alquiler a la espera de unos minutos de calma en la cola de facturación, ya en el aeropuerto.

Anteriormente – y después de muchos años sin la constancia de otros tiempos, ‘Arquitectura y Paisaje’, ‘Good News’, ‘Charcos’, ‘Rubens Henríquez y Luis Cabrera, ‘, ‘Paisajes Fronterizos’ y tantas tardes de obras, de emotivos días en ‘Costa Salada’, de ‘tostas de foi’, de coincidencias ( que constantemente se repiten; ahora junto a Manolo Laguillo en el Hotel ), equívocos e, incluso, alguna dosis de ligera brujería –  una primera visita a la isla para conocer el lugar de trabajo, aprehender los objetivos, contrastar los pasos ya dados y descubrir sorprendentes paisajes de la colección del Centro de Fotografía Isla de Tenerife: de Martín González, razón de la labor que ahora nos ocupa,  en su mirada y búsqueda de paisajes para pintar y luego volver a retratar, en ese pliegue  de confusas percepciones que tanto nos atraen; de desconocidos fotógrafos de finales del siglo IX y principios del XX; de viajantes y de tantos personajes, como Cebrián, que captaron, obsesionados por la energía de la mirada, con enorme carga de sabiduría,  los instantes de un territorio continuamente cambiante.

Y tras deambular en soledad de aquí para allá, entre recuerdos, escenografías que poco han variado y alguna que otra novedad, interesarse en un primer momento por ese espacio sin límites iluminado por el mural de Juan Gopar en Tenerife Espacio de las Artes. Un lugar de reflejos, de destellos, de superposición de dobleces, de luces que no lo son y de sombras que son a veces colores, y de colores que son a veces luces y plantas, y de cristales que son mural, y de mural que es muro perforado por ranuras de tejas y tejados, y de azules, y de oscuros, de espejos y contraluces y de caras y de infinidad de lunares multicolores que no lo son. Abstracción indeleble a resurgir tras el  mostrador de recepción del Hotel, lugar inicialmente considerado.

Y  tras una paciente vuelta por la costa de la isla que tanto conoce, una foto de tonos azules y verdosos de la costa de la isla de Menorca que le hace regresar entre horizontes y percepciones que le confunden. Y una nueva idea para otra localización, en diálogo con las marinas de la esquina del piano, en el espacio de transición entre historias y memorias.

Y un nuevo viaje, acompañado, esta vez,  de ayuda y de trastos; de unos tubos con enormes lienzos y trípodes para su despliegue ante el mar, aún más inmenso que el océano, con el horizonte siempre impávido y presente. Y de nuevo el Charco de la Arena en Punta del Hidalgo, en la costa norte, donde presentamos en su día ‘Charcos’ y muy cerca de las piscinas naturales del club de Bajamar, donde presentamos ‘Good News’, en sendos atardeceres, al exterior, junto al agua, en improvisados y frágiles auditorios, con sillas de madera, burras, tabla, bombilla y tulipa, acompañados de Ramiro Cuende, de Joan Roig , de Carlos Pinto Grote, …

Día inesperadamente ventoso y gris. De ese gris que tanto se empeña en desenterrar la tristeza de los sitios, ocultando la indescriptible alegría de contrastes y de colores que constantemente se asoman, entre suaves brisas,  desenfadadamente al azul del sol. Un cielo apenado y desafiante que acoge con perpleja curiosidad la frenética actividad de dos inquietos seres. De nuevo los trípodes; los lienzos hendidos de incesante viento; los sacos rojos que estaban allí y que socorren para anclar la meditada, aunque aparentemente improvisada, instalación; el mar que sube amenazante; el accesorio que cae al fondo y el joven que se sumerge en su rescate; el montaje que vuela; la cámara preparada; el instante robado; la toma que se encuadra, que se pierde, que se inclina, que se aleja, que emociona, que oculta y que definitivamente se activa consumando la sorpresa o la decepción.

Paisaje de la costa y del horizonte de Menorca desplegado por el viento sobre el paisaje de la costa y del horizonte de Tenerife.  Faro en el horizonte balear y faro en la baja de la Punta. Isla en la isla o simplemente isla. Paisaje gris y azulado de contrastes y de nuevos equívocos, que nos hacen deambular entre el aquí y el allá, entre lo que está delante y lo que está detrás, entre lo que está dentro y lo que está fuera, entre lo que es real y lo que se puede interpretar como irreal. ¿Menorca en Tenerife? ¿Tenerife en Menorca? ¿Menorca y Tenerife? Simultaneidad de visiones que nos evaden en los espacios intermedios de las conciencias. Que nos trasladan a la multiplicidad de percepciones que la memoria y el instante preciso recrean ante una supuesta y extraña realidad, ante un desconocido o conocido, temido o anhelado, paisaje.

El trabajo con las manos, en diálogo exclusivo con la cámara, que huye de cualquier tipo de manipulación digital, transformando la intensidad del momento, del pensamiento, de la reflexión, del instante, en abierta y libre tensión entre certezas e incertidumbres, como casi única causa y razón de lo definitivamente revelado, o mejor, de la isla simplemente desvelada.