Víctor Martínez Segovia: ‘… pero no la podrán construir nunca’

Santa Cruz de Tenerife, septiembre de 2012

Tras una grave enfermedad murió hace unos años Dionisio Castro Pérez. Dioni y Víctor Martínez Segovia fueron responsables, respectivamente, de los cálculos estructurales  del ‘cuerpo’  y de la ‘cubierta’ del TEA (Tenerife Espacio de las Artes). El destino aseguró que nunca llegaran a conocerse. Hace unos meses, de manera repentina e inesperada para nosotros, murió Víctor. Dos profesionales que admirábamos, esenciales en la concepción y materialización de un edificio singular, y ante todo,  dos personas de unas cualidades humanas excepcionales.

Conocimos a Víctor Martínez Segovia una mañana, o, ¿fue una tarde?, de un mes que no recuerdo, del año dos mil uno, o, ¿quizás del dos mil dos?, cuando acudimos a su oficina de la calle Vizconde de Matamala en Madrid.

Nos habíamos trasladado desde Santa Cruz de Tenerife y Basilea para conocer las conclusiones del análisis que había efectuado relativo a la estructura de la cubierta que, diseñada y calculada en Suiza, se recogía en el proyecto de ejecución de la  futura sede del Centro Cultural Eduardo Westerdahl, hoy, TEA (Tenerife Espacio de las Artes), de los arquitectos Jacques Herzog y Pierre de Meuron.

Los Servicios Técnicos del Cabildo Insular de Tenerife habían advertido sobre las dificultades constructivas que implicaba la cubrición proyectada y solicitaron a los arquitectos evaluaran su posible reconsideración y simplificación.

Y de ahí la razón que nos llevó a solicitar de Víctor Martínez Segovia su parecer  y ayuda en la mejor decisión a adoptar. (Recurrimos a Víctor por las inmejorables referencias que habíamos recibido y, especialmente, por la enorme profesionalidad – capacidad técnica, presencia y predisposición – ofrecida durante la construcción del Auditorio de Tenerife, del arquitecto Santiago Calatrava).

Expectantes acudimos a esa primera cita. Preocupados e intranquilos, de un lado, por el contratiempo que podría significar la posibilidad de tener que rehacer un proyecto ya cerrado en sus definiciones, mediciones y valoración, y, de otro, por la incertidumbre respecto a la validez de la geometría proyectada, cuya modificación determinaría, con absoluta seguridad, una cadena de cambios imprevisibles.

De esa primera visita me vienen a la memoria los momentos previos a la reunión, con la persona que nos recibió realmente apurada al son de timbres y llamadas; la impresión de sumergirnos en un lugar para nosotros extraño, austero, bruñido por el paso del tiempo y por la intensidad de un trabajo cuya complejidad parece impedir cualquier distracción superflua; un lugar surcado por jóvenes raudos, con prisas, que iban y venían entrelazando despachos y áreas de trabajo; un lugar de vitalidad concentrada en números y más números, en diagramas, riesgos y tensos plazos; un lugar constantemente distraído por incidencias e imprevistos, por susurros y voces, abarrotado de papeles, de dibujos, de garabatos, de planos y más planos, desplegados y enrollados, y de carpetas y más carpetas que rebosan sillas y esquinas y de lápices agotados y despuntados y de bolígrafos de los que ya solo rayan y de fotografías y más fotografías recordando y constatando el inmenso saber y la extraordinaria sabiduría que de todo este incierto desorden finalmente emana.

Apenas pasaron unos minutos cuando la puerta de la pequeña sala de reuniones, para nosotros también de espera, se abrió y entró un señor de mediana estatura, delgado, de tez blanca y pelo cano, sencillo en su vestir, con una serie de papeles y carpetas en sus manos. Un señor de mirada clara y ademanes serenos, ‘como si con él no fuera la cosa’, del que emanaba una indescriptible humildad. Correcto y amable en su saludo, afable y cercano en su cariñosa acogida y presentación.

¡Con este Señor estamos seguros!, pensé … e, interiormente, respiré.

Se sentó con cortesía entre nosotros y, sin atender a los papeles que traía, en escasos minutos de una intensidad que nunca olvidaré, alejó, sin apenas darnos cuenta, todos nuestros miedos:

‘La geometría’, aproximándose sin más preámbulos a nuestra gran y, egoísta, preocupación, ‘no la tienen que tocar’.

Aliviados, el resto de dudas parecieron adquirir otro nivel de importancia, o … ¡eso parecía!.

‘Sin problemas de ningún tipo, y en los plazos que necesitan, podremos recalcular la estructura adaptándola a las exigencias normativas vigentes’.

Segunda cuestión despejada y enorme satisfacción: ¡Podíamos contar con su colaboración y asistencia!.

Llegados a este aparente punto final, cuando todo pareció estar resuelto, y tras unos segundos de callada complicidad, con elegante firmeza y seguridad, discretamente, evitando en todo caso la posibilidad, para él, de molestar u ofender, mirándonos con esa cordialidad innata que expresaba, con prudente  templanza añadió:

‘ … pero no la podrán construir nunca’.

Un hondo silencio, solo roto por un nervioso ir y venir de miradas, inundó la pequeña sala.

Y preciso, con espontánea naturalidad, evitando dilatar nuestra impaciencia con explicaciones en aquel momento innecesarias, desveló su propuesta:

‘La complejidad de un importante número de detalles dificultan enormemente la viabilidad de la cubierta. Sin alteración de la geometría prevista, tal como les adelanté, podemos desarrollar, dentro de los plazos previstos, otro sistema estructural muchísimo más sencillo y económico, perfectamente adecuado a los medios constructivos que nos son usales’.

La confianza crecía solo de acunarse en su voz. ¡Que seguridad transmitía!.

Sin más que añadir, y tras brevemente acordar los pasos a seguir, consideramos terminada la corta pero enormemente fructífera sesión, nos dimos la mano y nos despedimos sin abandonar en ningún momento la sensación de sincera cordialidad y familiaridad propiciada por él desde el principio.

Posteriormente, todo fue fácil, muy fácil; tanto durante el desarrollo del nuevo proyecto estructural como durante la ejecución de la obra, de la mano, en ambos casos, de José Manuel Fernández, quien confirmó todos aquellos valores que en aquella primera cita supimos intuir: capacidad técnica, experiencia, rigor, sentido común, responsabilidad, seguridad, implicación, dedicación, presencia, educación, humildad, saber estar, amabilidad, proximidad, …

De aquel primer día recuerdo, especialmente, tras la despedida, el bajar pausadamente las escaleras que conducen a la calle; serenos e inmensamente satisfechos, liberados completamente de la tensión y  la presión acumulada en los últimos tiempos.

Habíamos acertado … ¡Nos sentíamos extremadamente seguros, colmados de confianza, arropados por el saber y la sabiduría de una persona excepcional!.