Charcos, Jordi Bernadó
Santa Cruz de Tenerife, junio de 2001
… Recuerdo a mi padre con admiración … muy joven partió hacia Madrid para estudiar medicina … La guerra civil interrumpió su carrera y le obligó a ir al frente … Rara vez vuelven a nuestras manos aquellas fotos: chicos uniformados con brazalete de la cruz roja, pitillo, camilla y fusil … Alcanzada la paz, acabó la carrera y opositó al Patronato Nacional Antituberculoso … La penicilina acabó con su peculiar segunda batalla … y después de unos años luchando entre enfermos de Guadarrama, Dos Hermanas … entre aquella, ya vencida, terrible enfermedad que mataba … regresó a Tenerife … se casó y pasados los años, nos llevó a veranear a Bajamar …
… Bajamar es una pequeña población del litoral, en el nordeste de Tenerife … Sus gentes, inicialmente dedicadas a la pesca y a la agricultura, vieron alteradas sus vidas cuando se impulsó como núcleo turístico alternativo al Puerto de la Cruz en la costa norte y, paradójicamente, su clima, inestable e imprevisible durante todo el año, le salvó de un desarrollo desmedido, preexistiendo en la actualidad como un lugar especialmente de segunda residencia para los habitantes de la isla …
… Bajamar, entre sus muchos atractivos, tiene en su abrupta costa un conjunto de piscinas naturales muy populares … Durante los días más calurosos del verano, varios miles de personas se acercan a refrescarse en sus aguas … aguas que se vuelven con frecuencia muy bravas y peligrosas, azotando con fuerza el litoral y destrozando con sus poderosas olas las mejoras que periódicamente se repiten en el lugar … piscinas deterioradas o recién arregladas nos sorprendían en nuestros acostumbrados regresos, a principios del mes de julio …
… De aquellos veranos recuerdo especialmente las mañanas de los sábados, cuando nuestro padre nos despertaba, muy temprano, para bajar a las piscinas … aprovechando casi el alba, aún sin los bañistas que pronto las abarrotarían llegando desde La Laguna, desde Tegueste, desde Tejina, desde Valle Guerra … a veces descendíamos por aquellas interminables escaleras que nos impulsaban al mar y que pronto confirmaban las previsiones respecto al estado de las mareas … que ansiábamos muy bajas, como única posibilidad de alcanzar el charco redondo … una geometría sorprendente, casi perfecta … de lecho rocoso y aguas muy transparentes que permitían observar los pescados aislados en su interior … Dentro de aquellas limpísimas y frescas aguas, ahora agitadas por nuestros movimientos, y con cuidado a fin de no rozar el fondo por miedo a las temidas, pero nunca vistas, morenas, la sensación era para nosotros … unos niños … algo fantástico … Cuando las mareas altas nos impedían alcanzar el charco, y el oleaje lo permitía, disfrutábamos igualmente jugando con las olas que rompían insistentemente contra las piscinas … Afianzados en sus muros, agarrados unos de otros, intentábamos, inútilmente, mantenernos en pie … pues la fuerza del mar acababa siempre por empujarnos, revolcarnos y arrastrarnos piscina adentro … lo que nos obligaba a nadar contra corriente, entre espuma y más espuma para, una vez tras otra, recuperar la posición inicial donde esperar nuevos envites … Así, pasado un buen rato, agotados y hambrientos, y cuando comenzaban a llegar los primeros bañistas, regresábamos a casa …
… Pasados los años no he vuelto por el charco redondo … ni siquiera sé si aún existe … Ahora veraneo con mi familia en el sur, en Playa de Las Américas, donde casi todo es artificial y lo natural, como el mar, nada tiene que ver con aquel otro mar de los sábados en Bajamar … Aquí es turbio, denso, huele a bronceador, cuando no a cloaca, y te tropiezas, al adentrarte nadando mar adentro, continuamente con desagradables bolsas de plástico que se te enredan, con enorme susto, en los dedos, en los brazos, en las piernas, e incluso en las narices, resultando, no obstante, tales encuentros nada peligrosos y pura cuestión estética …
… Aquí en el sur, la memoria fluye disfrutando las fotografías de Jordi Bernadó … un Jordi asombrado por los sorprendentes contrastes de esta tierra que le obligan a detener su ida y vuelta para recoger, con naturalidad y cierta dosis de humor, y siempre con enorme sensibilidad y agudeza, esos desconcertantes lugares con el mar siempre en el horizonte … esos reconocibles y otras veces desconocidos y recónditos rincones del litoral … esas apacibles y apetecibles láminas de agua … esos parajes contradictorios que definen progresivamente el espacio insular, cargados de arquitectura desmedida, desarraigada, descolocada … esos paisajes que se suceden sorpresivamente en su camino y que retrata con ironía y con ojo delator …
… Ver sus fotos … ese paseo informal por la costa de Tenerife … resulta al principio casi como un juego … te hace ir y volver, como en su deambular … observar … comparar … y, sin embargo, al insistir, al concentrar la mirada … las impresiones se reproducen de forma contradictoria … placer, nostalgia, inquietud, preocupación, coraje … y el juego deja de ser tal al perder su ingenuidad y producir … sensaciones opuestas … que avivan recuerdos … que alertan sobre la necesidad de preservar aquellos lugares auténticos, significativos de la memoria y de la historia … y que insisten … digo yo … en la enorme capacidad latente del territorio a fin de rehacer sus valores intrínsecos que le conforman como paisaje único e inequívoco.